“Había una vez una hojita.
(Esta historia, ya ven, es muy modesta. Empieza con una hojita de nada, una hojita verde para colmos, una Hojita de Morondanga. Pero eso quiere decir mucho, porque las cosas más extraordinarias suceden en los Días de Morondanga. Es precisamente en los Días de Morondanga cuando suceden las Cosas Grandes)”
Graciela Montes Y el árbol siguió creciendo, capítulo 1.
Estamos a un año de nuestro Día de Morondanga. En ese momento, todo era ideas, todo era palabras que luego tomaron la forma de proyecto. Más tarde todavía, empieza la acción: había que lograr que un montón de escombros dieran lugar a un espacio organizado donde pudiera desarrollarse vida. Faltaría todavía un tiempo largo hasta que la primera hojita apareciera literalmente, pero en los hechos ya estaba presente. Creo que en todo el recorrido que hacemos en nuestra carrera acerca de la historia pedagógica, la metáfora de la planta nunca estuvo tan bien aplicada como en este caso.
Como decía, hace un año que Sumakc Huayra (Buenos Vientos) empezó a tomar forma. Ahora ¿de dónde surge la necesidad y la idea de hacer una huerta orgánica en la escuela? Para muchos quizás sea un motivo bucólico, un romance campestre o un capricho de hippies. Tal vez sea eso, pero también es mucho más.
Como todo el resto de las comisiones del Centro, la huerta surge como respuesta a ciertas inquietudes. En el contexto de un país que históricamente produjo materias primas, el modelo económico que se impone en la actualidad es el del monocultivo. Producir se traduce en mayor rendimiento al menor costo. Éste disminuye al invertir en semillas modificadas genéticamente que resistan cualquier adversidad climática y resultan inmunes a los pesticidas más nocivos. Así también, disminuye el gasto en mano de obra. Las pequeñas frankestein solo precisan un agricultor por hectárea.
Así como se evita el desarrollo de la biodiversidad que pueda llegar a perjudicar el crecimiento de lo sembrado, se destruye la riqueza mineral de las tierras, ya que al no producirse rotación de cultivos, los mismos se agotan dejando un polvo estéril. Las consecuencias son ya conocidas: desempleo, deterioro de la tierra y de calidad de vida de los habitantes, expropiación (más tierras, más ganancias), destrucción de los vínculos, de las personas mismas.
Frente a esto, constituimos este espacio de acción, que también resignificamos con la reflexión. La huerta forma subjetividad para poder dar estos debates y se materializa en el trabajo concreto, en manos embarradas, en las cosechas de tomate y perejil y los mates con cedrón, menta o melissa. A la par del laburo, se construyen lazos y vínculos a través de la tarea colectiva. Así también, es un espacio de formación y capacitación, donde el conocimiento circula lo más horizontalmente posible, ya que se transmite constantemente de viejos a nuevos integrantes, propiciando la integración a través de la práctica. Cada componente tiene su lugar, no hay desperdicios en el mundo de lo orgánico.
Por otro lado, dichos lazos se extienden y profundizan en la articulación con otras huertas. A través del intercambio de técnicas, nos instruimos con diversas formas de trabajar la tierra y de interactuar con el otro. Producimos formas y las compartimos, a fin de que la experiencia no sea sólo eso, sino que se perpetúe como una práctica que pueda ser llevada a otros contextos. Durante el 2009, la Jornada Verde organizada desde la comisión fue un primer paso en este camino.
En lo estrictamente pedagógico, constituye un espacio de trabajo más con los pibes. Más allá de las relaciones que tienen lugar dentro del aula, en la huerta pueden abordarse contenidos conceptuales, como ser los del área de Ciencias Naturales por dar un ejemplo. A su vez, si la escuela sienta las bases ideológicas, construye subjetividad y otorga las herramientas para el desarrollo social, es necesario enseñar este tipo de prácticas, transformar las relaciones con el objetivo de poder concebir un nuevo tipo de sociedad. Redefinir el vínculo pedagógico entre docente y alumno, así como entre pares. A la hora de poner manos a la obra, todos estamos en igualdad de condiciones, disminuyéndose al menos en esta instancia las brechas cognoscitivas y disfrutando de una tarea compartida.
“Una mañana después era un arbolito bastante importante, y la gente que cruzaba la Nueve de Julio revisaba con los ojos el follaje par descubrir el brillo de alguna fruta. Pero no era tiempo de frutar para la hojita que se hizo árbol. Era tiempo de crecer, de crecer creciendo”
Seguimos creciendo, pero aún no frutamos. Este año comenzamos a poner en práctica todas las palabras que fueron proyecto, picopaleo, sembrado y cosecha. Estamos festejando el aniversario. Empezamos a planificar la articulación con la primaria, a través de talleres que en principio se realizarán con segundo grado. Nuevos compañeros se han incorporado para reiniciar y reinventar el trabajo y los debates. Quisiéramos ser todavía más.
Muchas veces a lo largo de la carrera repetimos que lo importante es evaluar el proceso más que precipitarse a ver los resultados. Entonces, resignifiquemos los tiempos, revaloricemos la espera. Disfrutemos del proceso: en lugar de cosechar lo que sembramos, sembremos lo que queremos cosechar. La huerta es uno de los espacios para esto.